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Eso es también violencia, un ensayo incompleto

Preguntarse qué es la violencia a veces puede significar desnaturalizarla de los seres humanos. Los humanos hemos aprendido a vivir juntos, en ciudades, en pueblos o comunidades -o por lo menos eso pensamos-. A veces cometemos actos que parecen no estar avalando esa simple idea: nos enojamos, castigamos, catalogamos o responsabilizamos al otro para que ese que no soy yo “se haga cargo” de los problemas. 

Cuando examinamos las razones del sentido de la violencia encontramos –no muy lejos de nosotros- que en la naturaleza de las personas se encuentra inscripta la necesidad de sobrevivir al ambiente, de luchar por la subsistencia. La violencia pareciera alimentarse, como nos alimentamos a diario todos. También –la violencia- pareciera estar sostenida por energías de diverso tipo y origen: resentimientos, tristezas, odios, envidias, prejuicios, intolerancias. 

Hay violencias que aparentan tener destinatarios inscriptos que podríamos llamar “socios deshonoríficos”: asesinos, violadores, golpeadores, criminales, locos, ladrones, y hasta machistas que terminan por estropear la obra de cuyos escenarios dependemos del más grande al más pequeño (todos a la olla).

¿Podríamos decir de los machistas que ellos ejercen deliberadamente la violencia? ¿O bien que los violentos se manifiestan de manera machista? Sabemos que es el machismo, es una forma de imposición del género masculino por sobre el femenino. Y también, según los feministas y otros movimientos sociales, que los machistas hacen sentir su influencia, porque son en sí mismos manipuladores por excelencia. 

Ahora bien, la sociedad involucra sujetos: individuos que deben acordar una marcha en conjunto. Un mismo latir: la verdad trascendental, una sola fuerte voz: la esperanza. Y muchas veces con el paso del tiempo olvidamos las razones de por qué nos encontramos en un mismo camino y como en la marcha nos hemos empezado a alejar unos de otros, quitándonos unos a otros identidades, esencias, naturalezas, procesos, pertenencias, lenguajes, miradas y paisajes, peso e importancia. 

En algún momento decidimos ser humanos y en otros renegar de serlo, o luchar por ser algo más. Y en el camino de la superación de a ratos despertamos sintiéndonos dioses de la vida, escapando a la incertidumbre, ¡vaya miserable!: es ahora cuando muchos somos el motivo de otros para vivir. Evitando las separaciones y las muertes nos pensamos eternos y que lo que en realidad cambia virtualmente es el entorno, primero como con un simple zaping, ahora sabemos que todos somos aceptados o descartados, que nada es para siempre y que todo el vivir se reduce a agotar el día de experiencias, hacemos innumerables y agotadoras piruetas para exprimir las horas, sin un mañana, sin una gota menos de goce de todo lo que nos rodea. Otros deciden que al no haber que exprimir será la vida la que los exprima a ellos: y se sienten vacíos, sin sabor ni sentido, decolorados, resistidos o excluidos, solitarios sin voz ni memoria.

Hacernos un lugar hoy es un reto admirable de seguir construyendo. Puede ser un camino tortuoso al estilo de Sísifo -levantando por castigo una piedra a conciencia de volverlo a hacer una y otra vez por siempre a la cima de la montaña-, o un espléndido espectáculo como los actos heroicos de Hércules. Un verdadero sacrificio -quien dudaría del insomnio alegre de una madre- o un falso acontecer sin sentido. Ningún lugar de la vida ofrece asilo permanente, parecemos de a ratos náufragos sin pertenencia, de a ratos migrantes con asilo y a veces despatriados sin fortuna ni futuro.

¿Podremos nosotros -los eternos migrantes- asegurar ser dueños permanentes de las efímeras circunstancias? ¿Podrán triunfar nuestros colonizadores pensamientos?

Los maniáticos violentos amenazan hacer suyos y sólo suyos los significados que alguna vez compartimos todos. Unos por un lado y otros por otro dándose mutuamente lecciones de saber y de justicia. Debo mostrarte lo que sé de antemano que no se ve: pero...¡como me pesa en la conciencia saber que de tener memoria hubiéramos reconocido una originaria igualdad de condiciones! Y tienes que aceptarlo de una cachetada, un violento no espera que lo comprendas porque tampoco necesita ser empático. ¿A quién le interesa cuánto tardes en ceder tu voluntad? -No vine a entablar acuerdos con vos (retrata crudamente el violento). porque como buen violento que soy sospecho que si hablara con vos me ilusionaría con respuestas estandarizadas que estoy cansado de aceptar. Y tu sociedad estándar me ha agotado y aturdido de activismo sin sentido.

La violencia también puede atacar la calma. El ser y el hacer, hacer contra el ser o ser por encima del hacer. Algo que le hará ruido a más de un existencialista: ¿Si me detengo me pierdo? ¿O será que soy lo que he decidido recorrer por mi propia decisión?

La calma hoy es la lucha contra las ansias y los anhelos. Nada más efectivo que una hipnosis, un ansiolítico natural o un psicofármaco. Aturdidos en medio de la calma sería imposible pensarme libre sin tecnología, sin un televisor, sin una actividad de espectador, o protagonista mediático. ¿Te gustan mis piruetas de sensiblería?

Somos imágenes de unos y otros, donde otros son el mismo desorientado rostro mío. Mirar sin ver. Ver sólo es ahora resignarse a vivir. ¡Qué desperdicio de resignación! Muchos jóvenes creen vivir una existencia de vínculos digitales y entornos virtuales que ahondan más la sensación de vacío.

La calma que antes significaba atravesar tormentas y mantenerse erguido es ahora lamentar lo pasado (perdido o pisado) pero todo mío y hoy admitiremos que nada lo es. Hasta las tristezas me suenan ajenas, ya patentadas, ¡que emocionalmente miserable es nuestra sofisticada época actual!

Como resabio de viejas épocas la violencia puede ser tan clara como un tango llorón que suspira al pensar en cómo viajábamos todos al mismo lugar, el tema no era llegar era caminar uno al lado del otro, sin proteste, sin excusas ni caprichos, todo era verdad y fe. ¿A dónde vamos ahora?

Los niños deben explicárnoslo. Ellos deben decirnos que no podemos subir en bajada. Que la violencia no nos merece la pena y la tristeza mía o tuya, aquella surgida de una culpa extraña que a alguien se le ocurrió tener y hoy todos, vos y yo, tentados al paraíso personal, padecemos. Eso es también violencia.

Mauricio Comolli. Orientador Escolar y Vocacional.


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