La vocación como camino es una
forma de encarar un proyecto de vida, al cual le hemos asignado el estatus de “mandato”
o simplemente solemos creer en lo “predefinido” o automático de la personalidad o de la vida, una
especie de “innatismo” al que sólo queremos adherir sin otra posibilidad para
el objetivo de la felicidad que dejarnos llevar.
Solemos también disminuir la
búsqueda de la vocación a la identificación de valores familiares para los
cuales nos alcanzan numerosos ejemplos de virtudes relacionadas entre sí dentro
de una misma familia: muchos están vinculados al campo de la seguridad, la
justicia, la ciencia, la salud, el deporte. Y si es así, ¿Por qué no pensarme
uno más del campo?
Y sería poco serio descartar la
posibilidad del entorno, la tendencia, la influencia de los pares cercanos, que
muchas veces facilitan las elecciones no conscientes o seudomaduras.
A propósito de la vocación como
llamado nos permite avizorar una meta. En muchas culturas las metas se
identifican con una o varias “verdades” y que están allí para seguir a sol y a sombra, tratando de encontrarnos con nosotros mismos, con los otros, con el
universo, con lo espiritual, etc. El objetivo parece ser aquí lo trascendente o
al menos trascender, ascender o transformarnos en “algo más”.
Somos seres modificados por la
cultura, y si bien podemos valorarnos de igual manera no vemos como valorar
nuestro entorno, y todo se presenta de manera misteriosa ante nosotros. Incluso
quienes tenemos al lado es inmensamente tan misterioso como cualquier otro
misterio del universo, la vida o el más allá. No conocemos ni entendemos por
entero a los demás, de hacho apenas nos entendemos a nosotros mismos. Por eso, “el
otro” al menos merece un mínimo de respeto por su singularidad.
Todos podemos ver en los otros una
enorme variedad de virtudes, no todos sabemos cocinar o arreglar un automóvil,
un volar un avión, arreglar un artefacto eléctrico (¡cuidado!) o cocer, cocinar
o limpiar. Podremos aprender en mil vidas –claro que sí- pero puede que solo
tenga una.
Aunque reciba toda clase de elogios la parte difícil
es considerar si yo creo que tal o cual camino me corresponde, me es propio. Y
eso suele atravesarse con ansiedad, dudas y algo de angustia.
Tomar decisiones es el paso
inicial y final de una historia. Todo depende de una decisión. Y decidimos a cada
momento, claro está. Y las certezas algunas veces tranquilizan y otras exacerban
las dudas, las inseguridades. ¿Qué persiguen las decisiones? Metas.
Las metas son objetivos concretos
y realizables que se ordenan jerárquicamente de mayor a menor inquietud.
Atravesamos procesual y cualitativamente las inquietudes de menor a mayor
inquietud y de una en una hasta ver alcanzado ciertas certezas, dejamos cumplidas
nuestras expectativas y nos lanzamos al próximo objetivo.
Al final del viaje habremos
descubierto que hay expectativas que resuelven en el aquí y ahora, otras en un futuro,
destino o porvenir singular más o menos previsible y otras simplemente quedarán
atrayéndonos toda la vida sin una total sensación de certeza, siempre darán
gota a gota, cada día de búsqueda una motivación a seguir y no abandonar.
Todos habremos de determinar
nuestro ya determinado presente y futuro, sin embargo, no se trata de inventar
nada nuevo sino aportar una influencia positiva para mi y mi entorno, en tanto
camine hacia mi propia verdad. El caminar dará eso, libertad, calma, alguna
certeza, y te permitirá acercarte a los demás con pasión, justicia y amor.
Ojalá así sea.
Mauricio Comolli. Orientador Vocacional. Para vocaciondeseryo.blogspot.com